Hasta su irrupción en el mundial de París en 1961, ningún occidental había logrado arrebatarles a los japoneses la primacía ecuménica de este deporte.
Y Antón Geesink, “el gigantón holandés” no solo lo consiguió sino que pude sostener su hegemonía más de un lustro.
Fue tan clara su superioridad y tan atractiva su personalidad que el pueblo japonés en vez de guardarle recelo por su impertinencia deportiva, lo aceptó como un ídolo, tal vez, con mucho más entusiasmo que el deparado por sus admiradores continentales.
Uno de los tantos viajes de capacitación a Japón. En la Universidad de Tenri donde permaneció varios meses mejorando su ne waza.
En el mundial de 1956 en Tokio, Antón Geesink derriba a la esperanza francesa, Courtine, con uno de sus lances preferidos el osoto gari.
Un lugar donde Antón Geesink soñó estar y que finalmente logro sin discusión alguna. En el podio de los campeones. Un lugar natural para él.
Su más terrible rival, el oriental Kaminaga que disputará dos veces la final por el cetro del mundo. En ambas oportunidades el coloso europeo lo derroto
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